A causa de los llamados activismos y organizaciones trans, fenómenos como la película “Una Mujer Fantástica”, y de las movilizaciones, paros y tomas feministas, se puso con mucha fuerza sobre la palestra, una discusión que ya databa de algún tiempo: el lenguaje inclusivo que, en sí, no es otra cosa que la necesidad por nombrarse, inscribiendo en la lengua, a corporalidades otras, obviadas por este propio sistema de signos.
La iniciativa que, básicamente neutraliza la lengua androcentrica vía la partícula “e”, despertó la crítica tanto de defensores de la RAE, de algunos sectores de las izquierdas marxistas, anarquismos, sectores conservadores y ciertas corrientes feministas como la del feminismo radical de la diferencia. Más que referirme a las observaciones de los grupos detractores, me interesa manifestar mis aprehensiones frente a una inclusión que le hace el favor al androcentrismo y, en consecuencia, se troca en víctima ideal para la cooptación institucional, la cual es heteropatriarcal y capitalista.
Un querido amigo sostiene que el lenguaje es una herida viva, ya sea porque nombra desde una visión androcéntrica, binaria y heterosexual o porque no lo hace. En este sentido, las corporalidades expulsadas y marginadas de esa construcción hegemónica, nos vemos en la urgencia de construir otro código de comunicación, pero ¿inclusivo?
Cuando se plantea esta inclusión, no puedo dejar de pensar en los debates/fricciones ocurridos en el feminismo durante la década de los noventa en estos territorios, a propósito de la institucionalización de un sector de éste. Así, la discusión se desarrolló entre autónomas e institucionalizadas, quienes fueron incluidas (absorbidas) por el Estado, principalmente, vía onegeización.
No puedo dejar de mirar hacia Argentina, en donde la inclusión en la sociedad heterosexual, mediante el matrimonio igualitario, logró desmovilizar a sectores de la llamada diversidad sexual que se venían manifestando con fuerza en las calles. Como tampoco puedo obviar el nefasto ejemplo de una travesti convertida en policía.
Entonces, al hablar de lenguaje inclusivo, el activismo trans institucional, desde la perspectiva de derechos como LGBTIQ, plantea incluirse en la sociedad androcéntrica y heterosexual; es decir: desde el régimen político planteado por Monique Wittig hace casi… 40 años. Sobre el cual, se sustenta el Capitalismo, actualmente, en su fase más agresiva: Neoliberalismo.
Entonces, humildemente, me gustaría sugerir que ante el lenguaje inclusivo, otra forma de captura, construyamos un lenguaje o más correctamente, una lengua subversiva. Para ello, veo una potencialidad en una construccion desde un sujeto colectivo/comunitario, en consonancia con lo planteado por el feminismo comunitario. Un sujeto colectivo, en consecuencia, situado; evitando el peligroso universalismo tan propio de la colonización occidental. Desde nuestras comunidades podríamos fijarnos vías de escape lingüísticas, mediante modos indescifrables por el Poder, haciendo de la lengua, otro bastión de lucha y resistencia en contra de este Heteropatriarcado Capitalista.
Es decir, seamos nosotres, quienes vayamos socavando a través de fisuras en la lengua dominante, el control en lo simbólico y también, en lo material del régimen androcéntrico y heterosexual. Seamos como piratas cibernéticas, hackers de la lengua, terroristas del CIStema. Fuguémonos con prisa y no creamos en la promesa de un mundo feliz desde la inclusión.
Amigues: Bachelet ya utilizó el “todes”, ya lo mancho con sangre mapuche. Debemos decidir si escribiremos una “e” sinónimo de represión y tortura o escapamos hacia la incertidumbre, pero con retazos de libertad de una lengua propia y por lo tanto, desafiante y subversiva.
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