Cuando hablamos de hambre nos referimos al hambre de justicia, de equidad, de oportunidades, de no seguir siendo el patio trasero de un segmento muy bien acomodado e indolente con lxs vecinxs que han tenido otra suerte de vida, muchas veces porque no nacieron, se criaron y estudiaron lo necesario porque había que parar la olla para la casa. Sí, el simbolismo del hambre y de parar la olla camina por esa senda borrosa que el gobierno y los políticos no quieren ver en realidad, les agrede su sola presencia, y esto se ve reflejado en la invisibilización constante de las ollas comunes y aún más en la violencia con la que los desclasados de siempre ejercen sobre quienes organizan el almuerzo de cada día para vecinas y vecinos a los que ni los bonos son suficientes.
Es por esto que retomamos la olla común como bastión de resistencia del pueblo, para ello nos acompañarán quienes trabajan voluntariamente en ellas, nos contarán sus experiencias, tensionadas por un Estado opresor, decrépito e indolente, que no duda en reprimirlas aún sabiendo que son el único alimento que tienen miles de compañerxs a lo largo de Chile.