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TIEMPO DE CAFETEO

Sandra Pizarro – Periodista

Crónica de Facebook

Ayer fui a hacer una compra al centro y, obviamente, pasé a cafetear. Agarré justo una mesa que se desocupó y me instalé. Al rato llegó un veterano más que yo (no sé si seremos veteranos de algo, en realidad) y se puso a esperar turno. Unos buenos minutos después se desocupó otra y él avanzó lentamente, como le posibilitaba su caminar. Una pareja de adultos jóvenes lo sobrepasó y caló la mesa, me dio pena. Quedó pagando (mirando pa’l norte), así que le dije que si quería se sentara en la que estaba yo. Se sentó y, claramente, se puso a conversar. 

Me contó que tiene 90 años y que trabaja por ahí cerca. Me dijo que es jubilado y sigue trabajando por las monedas pero, más que nada, por la ocupación. Me acordé de la Dalila, ocupación es vida. No voy a decir que me hizo gracia compartir mi tiempo de cafeteo, pero me predispuse y conversé alegremente con él. Le conté que mi papá tiene 91 y que es tan activo como él; me dijo que por eso se mantiene activo, porque si se echa en los laureles ahí se queda. Después de harta conversa me contó que le gusta salir a pasear por el puerto, a caminar por la costanera, ir a escuchar música, en fin, y agregó que él siempre va a cafetear ahí y que podríamos juntarnos a conversar más seguido y también podríamos ir juntos a pasear, ser amigos. 

No me estaba cortejando sino invitando a ser amigos. Puchas, pensé yo, a quien le dice, a la más jabonosa (como dice la Carlita, no por mí, pero ella usa ese término). Pude haberle dicho que la donna e mobile, que yo soy como el náufrago en la escena final donde se orienta con el viento, que la veleta es mi rumbo, que cuando llamo a mis amigos para avisarles que me estoy tomando un sour por si quieren ir y me dicen «por qué no avisaste antes» es porque antes no sabía que iba a estar ahí. Que mi biotipo ayurvédico es Vata y soy una avecilla que salta de rama en rama. Pero era demasiada información, así que solamente me levanté y le dije que cualquier día, en algún recodo del camino nos encontrábamos. 

Pensé que a los 90 deben quedar pocos amigos, me acordé de aquella poeta amiga de la Rosita Alcayaga, que tenía muchos años de caminata y leyó en un cerro de Valparaíso aquel poema que se llamaba algo así como sobreviviente. Decía en sus líneas que se sentía sobreviviente, porque ya nadie quedaba de su época de niña ni de joven, que sus amigos ya no estaban, que las ciudades donde creció ya no eran. 

Parafraseando a Bécquer pensé «Dios mío, que solos se quedan los viejos». Digo los viejos, porque a las viejas les (nos) pasa menos yo creo. Después de escuchar a la amiga de la Rosita, le pregunté a mi abuela María, que ya pasaba los 90, si se sentía así y me dijo que no. A ella le gustaba vivir y «ver los adelantos», como solía decir. Murió cerca de los 95 y con la gran esperanza de volver a levantarse para seguir viviendo, pero viviendo de verdad. Creo que ellos se apagan más y me da pena, me da pena porque los quiero.

Tengo padre, tuve un abuelo padrísimo, tengo un hijo, un hermano, tíos, suegro, cuñado, sobrinos y tengo, por sobre todo, la convicción de que a todos nos toca ser de todo, como he aprendido en los estudios energéticos, metafísicos, ancestrales. No digo porque me lo hayan dicho, sino porque me ha hecho sentido, que la única forma de ponerse en los zapatos de otro es caminar en sus zapatos. 

Me hace sentido cuando las maestras y maestros dicen hoy eres mujer, pero antes o después has o habrás pasado por todas las otras posibilidades. Me vine pensando en todo eso mientras caminaba por Segunda, Tercera, Novena, Décima y todas esas calles exquisitas que hay entre mi hogar y el centro. Bueee, después pensé que debí haberle dicho que feliz me volvía a tomar un café con él cualquier día, pero que las caminatas me gustan conmigo, porque esos soliloquios son impagables, cuando me asomo a mi propia torre para analizar este mundo tan singular, donde el vivir solo es soñar, al decir de Segismundo. A propósito, estudiando Un curso de milagros concluyo que Calderón le apuntó medio a medio, y mientras este es el sueño, el otro es el despertar.

Bien, iniciemos la jornada de la tarde, con un rico café del Punto Copec.