por Marjorie Huaiqui Hernández
Mestizaje o puntos de unión entre el pueblo mapuche y haitiano a partir de la observación de mí misma dentro de la sociedad chilena y mapuche
Punto de partida
A partir de la identidad nacional chilena y observando la relación latinoamericana entre los pueblos de Latinoamérica, consideramos importante preguntarnos ¿qué hacer en el presente cuando la aldea global, las trasnacionales, el capitalismo y las consecuencias que estas generan en las formas de relacionarnos nos han impedido una convivencia en donde sean proclives los valores comunitarios y la construcción de las identidades en las personas? y también ¿cómo se visibiliza la identidad de los territorios más que el de los intereses impuestos para ejercer el control político?.
Es así como la estética y la palabra, prosa de la literatura que se va construyendo a diario en las creaciones de las personas, pobladoras, trabajadorxs, estudiantes y niñxs, de algún u otro modo van relatando otra ciudad y a la vez, otra comunicación con el sector o espacio en donde viven.
Contexto de migración forzada
A partir de mi experiencia de trabajo con pichikeche de Haití o niñxs haitianxs y conocer cada una de sus relaciones de inmigración: hacinamiento, violencia física desde sus padres, necesidades, precarización, migración forzada por desplazamientos coloniales consecuentes de una de las colonizaciones más agudas del continente.
Con estructuras políticas viciadas de gobiernos que operan desde los reinados con principazgos, cuál modernidad y realidad del príncipe de Maquiavelo.
En la actual situación de violencia, exclusión, disgregación y necesidades de todo tipo encubiertas en el refugio en Dios con religiones protestantes y adventistas de culto surge el deseo de migrar.
Esa misma realidad escuché en mi infancia de los relatos de mi familia mapuche, una continuidad de violencia que derivó en Santiago a construir una familia extensa porque el hermano o hermana que llegaba desde Lebu iba aportando con datos para trabajo, mientras todos llegaban a vivir a un terreno ubicado en la calle Sofanor Parra en la comuna de Cerro Navia comprado por mi abuelo.
En esta ciudad de Santiago nací y crecí con constantes viajes al sur y en colegios de la comuna de Maipú, en Santiago, en mi infancia y niñez.
En la adolescencia y en la ciudad era apodada como “Maggito” porque según mis amigas que tenía en la comuna de Maipú, poseía una ternura extinta en mis amigas cercanas. Una amorosidad mapuche me han dicho, puro amor también, un küme mongen o buen vivir como persona mapuche creo yo.
Mientras en el sur estaba rodeada de hombres en todas mis hazañas aventureras, jugar fútbol, salir a dar vueltas a la plaza en la noche, fumar cigarrillos y tomar cerveza, ir a recolectar murtilla, maqui, caminar, conocer y preguntar.
Al crecer como mujer la küme mongen entra en crisis en mi más profundo sentir que dicen llamar poesía o newen femenino, se cae y estanca principalmente por las sociedades y las masculinidades que no permiten que esta forma de relacionarse con el mundo se desarrolle.
Esa dulzura y buena vida resulta muy bien en mis espacios de confianza y el hogar, pero yo no creo que se deba mantener en la intimidad, debe estar en el espacio público.
Una perspectiva de derechos y equidad
Considerando todas las descripciones antes expuestas, podría afirmar que en términos de derecho, debieran estar todos hacia la mujer, en relaciones políticas y sociales la masculinidad dominante que se lleva dentro es el problema.
Como mujer mapuche siento en mí todas las demandas, necesito esa amorosidad o mi buena vida, porque dentro de esta están los y las kuifikeche, mis ancestrxs o también podría ser el universo conmigo o yo dentro de él y cuándo esa realidad está, todo resulta bien. Mi percepción del entorno y de la gente es positiva y cuando no es así, me duele la cabeza, tengo insomnio, se me aprieta el pecho, me dan crisis de pánico.
Pero las mujeres nos empoderamos cuando estamos juntas y de todas aprendo, de mujeres mayores, de pobladoras, de académicas, porque visibilizarse y estar en el espacio público, es necesario, por mis derechos económicos, sociales y políticos de las niñas que están y que vienen.
Deseo verme en todas y en ellas. Porque al verme de cerca con las madres haitianas y otras que he visto, las considero muy similares a mí y a mis mujeres mapuches, en sus ojos brillantes, en su sensibilidad cuando están cerca de sus hijxs y en su aventurero desafío para migrar.
Me siento mapuche y haitiana
Creo que a partir de su historia nacional, sus relatos e historias, las mujeres haitianas deben sentir lo mismo que yo expuse aquí. Vivir y existir su cotidianeidad en una aguda colonización, un küme mongen o buena vida construida en la intimidad y una necesidad de visibilización política limitada por un idioma distinto y un instinto que habla para comunicarse con el mundo.