por Mauricio Torres Moyano
No recuerdo que mes era, ni si afuera se derretía todo de calor o la gente se congelaba. Creo que era el año 2006 –mundial de Alemania- porque tengo en la memoria haber matado horas y horas viendo partidos de fútbol en la vieja TV de la sala de estar de la sección varones del Hospital Psiquiátrico del Salvador.
Dirán que mi mente no puede ser tan frágil, pero la verdad es que no recuerdo muy bien porqué estaba hospitalizado. Quizás un episodio depresivo. O una eufórica crisis maniaca. Pero para los efectos de esta historia importa un pito la razón.
Yo estiraba las piernas, deambulando en el pasillo junto a los dormitorios, cuando veo que los enfermeros acompañaban a un adolescente que traían a internarse. Cuando estuvo frente a mí, abrió los ojos asombrado, cayó de rodillas y llorando me dijo: “ ¡¡¡Dios mío, nunca pensé que pasaría esto!!! Por fin conozco a un ángel… ¿vienes a cuidarme, cierto? Pero debo contarte un secreto…” En ese instante yo estaba bastante asustado porque -aunque no era primera vez que estaba hospitalizado- nunca había visto alguien trastornado de tal manera. “¿Sabes? Yo también tengo algunos poderes. Puedo cruzar la materia”. Y cuando dice eso ¡PAFF! se azota contra la muralla, intentando traspasarla, una y otra vez. Los enfermeros lo inmovilizaron, mientras el tipo gritaba “¡¡¡Protégeme, Daniel!!!” (hubiera preferido un nombre menos común para un ángel, como Lucho o Bayron).
Con el paso de los días y el fin de sus alucinaciones, pude conocer mejor al Charly. Estaba internado ahí por orden judicial por los estragos que habían hecho en su cabeza la pasta base, el neoprén y otros alucinógenos que conseguía en las calles del cerro Placeres. Lo habían detenido por un robo con violencia y él decía que lo querían cargar con un homicidio.
A la semana de haber llegado, y luego de un par de intentos, el Charly se fugó del hospital. Fue todo un revuelo mediático donde crucificaron a Gendarmería por permitir que un criminal peligroso volviera a las calles. Acusaron de negligencia al director del Hospital del Salvador por no tenerlo dopado o amarrado a la cama. Yo aún seguía internado pero sabía todo eso porque los enfermeros leían “La Estrella de Valparaíso”, diario especializado en apuntar con el dedo y hacer un show de todo.
Dos semanas después, cuando ya los medios ni se acordaban del escape del Charly, lo encontraron muerto en la quebrada de Cabritería, en Placeres. Estaba completamente desnudo, con marcas de haber sido abusado sexualmente y con una bolsa con papelillos de pasta.
El tipo que atravesaba murallas y me ungió de su salvador no se mereció muerto ni un cuarto de página del diario para despedir su hinchada cara de niño, mi ángel de alas de pasta base.