Por Macarena Müller
Escoce la herida profunda de lo que nos prohibieron. Derraman los hilos de sangre que dibujan nuestros pechos el encaje como si no nos perteneciera. Vestidas como muñecas, moldeadas a voluntad, la herida clava a estigma nuestro cuerpo por solo nacer mujer.
La arcilla seca del tiempo, la coraza tosca teñida en púrpura de todos los golpes aguantados, han formado una armadura de apariencia tierna que los labios amoratados enseñan al sonreír. Nos enseñaron a servir, y nos enseñaron a roer, los huesos de lo que nos han devorado mientras nos muerden los pies. Nos enseñaron a servir, y nos enseñaron a roer. Nos enseñaron a recibir el golpe y a sonreír después.
Nuestra milicia dormida vestida de púrpura aguanta el momento. No hay semilla entre toda la sangre que pueda evitar el rebrotar. Las muñecas de arcilla se remueven silentes, la sonrisa terca se propaga y supura como infección. La herida profunda que nos enseñaron, tatuada en cicatrices grita acción. Y aunque quisiéramos fingir desconocimiento, este cuerpo, esta sangre, piden y piden a gritos la verdad de lo que pasó. El eco gime “Nos enseñaron a servir” “Nos enseñaron a roer” “Nos enseñaron a recibir el golpe y a sonreír después” “Nos enseñaron a servir” “Nos enseñaron a roer” “Nos enseñaron a recibir el golpe y a sonreír después” No.
Desde los cimientos de las ciudades que entre encajes nos han construido, el fuego de la indignación fosforece y puede más. La tierra se remueve, la arcilla se humedece, la violencia no es un hito, fue el arma que nos impusieron para doblegar. Pero el servilismo es humano, tan humano como la rebeldía, y las susodichas muñecas lo dijeron, somos todas humanas, y bienvenido sea quien quiera negarlo, la violencia no es respuesta, pero la injusticia sin castigo entre las conquistadas verdades pagará. La milicia dormida vestida de púrpura se incorpora, y las grietas de las ciudades se deshacen a más. El eco del mantra aprendido resuena como un testamento, las muñecas evocan armaduras que sin idea se nos confecciona para evitar redoblegar. “Nos enseñaron a servir” No. “Nos enseñaron a roer” No. “Nos enseñaron a recibir el golpe y sonreír después. No.
Nos enseñamos a resistir. Nos enseñamos a devolver. Uno a uno los golpes hasta destruir el aparente poder. “¡Nos enseñamos a Resistir!” ”Nos enseñamos el poder, vencer uno a uno los golpes, destruir el abuso, reconquistar lo que es”. Y es que en las verdades del tiempo somos una y somos uno, pero desde el abuso de lo creído cierto, se nos relegó atrás de una vez. El hombre creyó que la tierra devoraría, lo que en nuestra matriz siempre se gestó como igual. La violencia que curtió nuestra milicia, y que relegó a la crueldad a quienes la han sometido, fosforece y crea arenas nuevas, donde el abuso se vence de manera natural.
Nos enseñamos a resistir. Nos enseñamos a devolver. Uno a uno los golpes hasta destruir el aparente poder. “¡Nos enseñamos a Resistir!” ”Nos enseñamos el poder, vencer uno a uno los golpes, destruir el abuso. ¡Reconquistar lo que es!”
El eco se hace grito, el dolor se vuelve movimiento, la milicia de mujeres se despoja de lo impuesto, el hombre cae ante el peso natural y vuelve, vuelve a ser hijo de nuestros tiempos. A la arcilla solo se le da forma si es que se nutre en agua y esfuerzo, y nosotras hijas de nuestra obra, hemos venido a remover lo mal hecho. Nos enseñamos a resistir, y a doblegar la injusticia, las heridas de lo que nos hicieron solo nos darán más por qué definir rebeldía. Y es que en este mundo de todas y todos, aunque fuera negado, reconquistar esta tierra se transforma en nuestro verdadero legado.
Milicias púrpuras cultivan y cultivarán la tierra, lo veo y se ve. No hay más llanto. Hay tanto por labrar, tanto, que esta herida que tanto escoce, solo recuerda, lo que vivimos antes no volverá, si unimos juntas, lo que nos enseñamos. Nos enseñamos a vivir y a no retroceder, los derechos que he iremos conquistando, no serán cuestionados otra vez.
Avanzando.