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Teresa WILMS MONTT: eL MÁS BELLO CADÁVER PERDIDO DE LA LITERETURA CHILENA
Por: Mauricio Torres Moyano.
Encargado Biblioteca Popular “El Esfuerzo”
Hablar de Teresa Wilms Montt es un acto de justicia literaria. Cuando en Chile nos damos cuenta de que el Olimpo literario es ocupado exclusivamente por hombres -con contadas excepciones como Gabriela Mistral y María Luisa Bombal-, relegando a las escritoras a un mero plano decorativo, asociadas a la figura del novelón lagrimoso o el feminismo militante, es necesario acceder a la escritura de Wilms Montt, su poesía y prosa, una experiencia de lectura única e imborrable.
Teresa Wilms Montt nace a principios del siglo XX en Viña del Mar, en el seno de una de las más ricas familias de la aristocracia chilena, descendiente de antiguas oligarquías chilenas y colonos alemanes del siglo XIX. Ya en su más tierna infancia, Teresa se siente envuelta por la soledad, soledad que será su norte en su itinerante y desdichada vida. La educación victoriana que recibe de sus institutrices extranjeras no hace más que acentuar su distancia con ese mundo cruel y frívolo de los salones del Chile de 1910. Su creatividad y fantasía le hacen desplegar sus alas y volar a través de una adolescencia rebelde y difícil.
Su infeliz matrimonio con Gustavo Balmaceda, la acusación de adulterio con su primo Vicente, la pérdida de sus dos hijas y su posterior enclaustramiento en el Convento de la Preciosa Sangre, están contenidos en su «Diario 11», documento excepcional por su valor literario y personal, que nos revela a un ser desgarrado, traspasado por el dolor, adscrito a una postura romántica ante la vida.
Luego de huir hacia Argentina ayudada por su incondicional amigo, el poeta Vicente Huidobro, comienza la escritura de sus Diarios de ltinerancia (Buenos Aires, Nueva York, Madrid, Londres, París). Así como su alma jamás está a gusto en ningún lugar, su cuerpo sale a recorrer el mundo, en un impulso de escapar constantemente. Horacio Ramos Mejía, un poeta argentino, bautizado como Anuarí por Teresa, se muere, literalmente, de amor por ella. Una tarde, cansado de las dulces excusas de Wilms Montt para no asumir un compromiso, se suicida frente a ella, cortándose las venas. Teresa nunca pudo olvidar ese gesto desesperado, de amor infinito y oscuro. Sigue recorriendo el mundo, gastando sus días y noches en el exceso de la droga, el alcohol y su imaginación peligrosa. Conoció a los impulsores del surrealismo emergente: André Breton, Paul Eluard, André Gidé. Y escribió bajo los cálidos influjos de la cannabis sativa: «Una máscara china se muere de la risa contra el ropero. Cuchichean los retratos espantados ante tan inmotivada hilaridad, cuidando de no ser oídos por el sombrero que se retuerce sobre el sillón como cabeza recién cortada…» («Cuentos para hombres que aún son niños»).
Como muchos espíritus indómitos que enloquecieron de sensibles, Teresa Wilms Montt va al encuentro de la muerte con los ojos abiertos y un frasco vacío de barbitúricos junto a la cama. A los veintiocho años, es depositada en suelo extranjero, en el cementerio Pere Lachaise de París, donde sus restos hoy comparten espacio con Oscar Wilde, Edith Piaf, Marcel Proust y Jim Morrison, artistas universales de la imaginación. Teresa Wilms Montt dejó una producción pequeña pero valiosa: varios Diarios, cuatro libros de prosa poética y uno de cuentos, obras aún desconocidas para el gran público. Ignorada y subestimada, Teresa ha permanecido en la trastienda de un inmerecido olvido, como tantas voces femeninas de la literatura universal. Aún es tiempo para entregarle a esta mujer única, con su obra bella y dolorosa, el sitial que le corresponde en la historia de nuestras letras.
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Boletín Welukan
Alfonso Alcalde: algo más que un suicida
Por Mauricio Torres Moyano.
Encargado Biblioteca Popular ‘El Esfuerzo’
Atardecer del 5 de mayo de 1992. Tomé, Chile. En una cabaña de podridas tablas cuelga el cadáver del escritor Alfonso Alcalde, con el peso de 71 años vividos hasta ese día.
Si existe un hombre de letras en nuestro país injustamente ignorado es Alfonso Alcalde. Con más de 30 libros publicados, en una obra que conjuga géneros tan variados como la poesía, cuentos, novelas, biografías, relatos para niños, dramaturgia y reportajes documentales, el manto del olvido ha extraviado sus palabras ante nuestros ojos. Hace algunos años, hubo un fugaz resurgimiento de su figura cuando el extinto director Andrés Pérez realizó un impecable montaje de «La consagración de la pobreza», una de las más destacadas obras escritas por Alcalde, pero pronto su nombre volvió al panteón de los perdidos.
Puntarenense de nacimiento y cosmopolita por vocación (viajó por más de 25 países durante su prolífica existencia), Alfonso Alcalde ejerció los más variopintos oficios, que enriquecieron su pluma. Vendedor de urnas, cuidador de fieras en un circo, ayudante de la Mujer de Goma y del Tragafuegos, payaso, nochero de «un hotel de pasajeros urgentes», ayudante de carpintero en las minas de Potosí, pescador, fueron algunos de los trabajos con los que se ganó la vida en distintas etapas de su vida. Esta vocación de trotamundos lo hizo el candidato ideal para el puesto de director de la ya mítica colección de Editorial Quimantú llamada «Nosotros los Chilenos», que rescata la vida, trabajos, alegrías y dolores de la gente de nuestro país.
La literatura de Alfonso Alcalde posee una riqueza de lenguaje que rompe con los academicismos y representa muy bien el habla popular. Por sus páginas desfilan trapecistas, tragafuegos, y payasos, junto a borrachos, maestros chasquillas, cesantes y pescadores. Seres derrotados por el sistema, pero sin rencores ni desesperación.
A pesar de la vastedad de su obra publicada, aún existen varios textos inéditos, en especial en el campo de la poesía. Es en este género donde Alcalde logra una maestría muchas veces opacada por su obra narrativa y teatral, un poco más conocida entre lectores y críticos.
La literatura de Alfonso Alcalde posee una riqueza de lenguaje que rompe con los academicismos y representa muy bien el habla popular. Por sus páginas desfilan trapecistas, tragafuegos, y payasos, junto a borrachos, maestros chasquillas, cesantes y pescadores. Seres derrotados por el sistema, pero sin rencores ni desesperación. A la vez, Alcalde cultivó su lado más íntimo, abordando el tema del amor en todo su dramatismo cotidiano, en libros de poemas como «Variaciones sobre el tema del amor y de la muerte» o «Crista».
Algunos premios y buenas críticas coronaron a fines de los 60 los esfuerzos del escritor. Mientras José Donoso decía que su libro de cuentos «El auriga Tristán Cardemilla»(1967) «es la mejor prosa de su generación», Alone afirmaba que «por momentos competía con Cortázar». Pero el golpe de 1973 cambió para siempre la vida de Alfonso Alcalde. Después de un exilio errante por Europa e Israel, el regreso a Chile en 1979 fue terrible y desilusionante. En un clima inseguro, viciado y hostil, intentó retomar la vida que dejara antes del destierro. Una y otra vez tocó puertas, encontrándose con el rechazo y el gris fantasma de la cesantía. Aún así, continuó publicando libros y reportajes, pero ese esfuerzo lo fue minando, enfrentándose como nunca antes con el tema de la muerte. Un inminente glaucoma y otros problemas de salud lo hacen alejarse de todos, encerrándose en sí mismo en un miserable cuarto frente al mar de Tomé. Allí, deprimido y cansado, termina con su agitada vida este chileno marginado que, con justicia, debiera ser ubicado en el centro de nuestra tradición literaria. En el catálogo de esta Red de Bibliotecas puedes encontrar su volumen de poemas “Ejercicios con el tema de la rosa” (Biblioteca Popular “Roque Dalton”) y una edición ilustrada de “Zapatos para Estubigia y otros cuentos” (Bibliotecas “El Esfuerzo” y “Guillermo López”), además de algunos de sus textos en “Historias de risas y lágrimas” (Biblioteca “Guillermo López”).
El presente texto es parte de la Revista Welukan, la cual puedes consultar pinchando en la siguiente imagen:
¡Presentación de libro!
