por Trinidad Lathrop Leiva
Secuestraron, violaron, torturaron, asesinaron, desaparecieron los cuerpos de miles de personas. Miles… Para ello usaron todo el aparato del Estado, impunemente. Hicieron una mal llamada ley que pretendía que nunca fueran juzgados por sus crímenes. Firmaron pactos de secreto para nunca decir la verdad y amenazaron a cualquiera que pudiera tener un mínimo asomo de conciencia de sus crímenes para que no colaborara con la justicia ni para encontrar los cuerpos de los desaparecidos.
Algunos han debido sepultar los restos de los restos de sus seres queridos: hijos, padres, hermanos, hermanas, compañeras, compañeros y siguen buscando a otros. Jamás han reconocido lo que hicieron. Y ahora suman esta farsa. Esta farsa de pedir perdón con frases tales como: “si dañé a alguien lo siento…”, “había una guerra, no tenía alternativa, me mandaron”, “mis subalternos actuaron sin mi permiso, no vi nada, no supe
nada, justo estaba en otro lugar, pero si alguien ‘se sintió ofendido’ pido perdón…”. Si dañé a alguien, si ofendí a alguien…Eso sirve si por error
chocas un auto, o le dices algunas palabrotas a alguien, pero no basta si torturaste, violaste, hasta con animales, golpeaste a alguien hasta matarlo, le sacaste los ojos o le abriste el estómago con un corvo. No basta, definitivamente no basta, cuando lo hiciste no una vez, sino varias veces. No basta cuando ni siquiera eres capaz de decir la verdad. De decirles a las madres qué hiciste con el cuerpo de sus hijos, qué hiciste con su hija de 15 años, por qué fusilaste a niños de 8 y 9 años, por qué le metiste decenas de balas en el cuerpo a un chico de 13 años o por qué tiraste gente a los hornos de Lonquén. No basta que digas “perdón si dañé a alguien” cuando torturaste mujeres embarazadas, cuando te reíste si ella suplicaba por su hijo. No, no basta. No sirve de nada pedir perdón sin arrepentimiento y verdad. Son palabras vacías de quienes siguen culpando a la justicia, a las víctimas, a la sociedad completa de lo que ellos hicieron. Lo peor de esta farsa es que pretenden trastocar la moral ciudadana, haciendo quedar de víctimas a los victimarios y de crueles y rencorosos a las víctimas que piden justicia. No son quienes buscan verdad, justicia y reparación los malos de esta película, las víctimas y sus familiares no son responsables de que estén cumpliendo condena. Son sus propios actos los que los condenaron, pese a todo lo que hicieron por tratar de salir impunes.
Y en esto no hay que perderse. Está claro quiénes son culpables. Y no porque lo diga yo o las víctimas o sus familiares. El mundo entero se puso de acuerdo en una legislación internacional que sanciona estos delitos como los más graves que se han cometido. No perderse es fundamental, no solo para lograr la justicia en estos casos puntuales, sino para lograr una sociedad libre y que pueda vivir sin miedo a su propio Estado, donde los Derechos Humanos sean reconocidos y garantizados. Piden que nos reconciliemos y luego que dejemos impunes sus crímenes, porque para ellos no hay reconciliación posible sin impunidad. Hoy, 40 años después, siguen despreciando a sus víctimas, sintiéndose por sobre la ley, dueños de la vida de otros y del devenir del país. A ellos no les importa el perdón de quienes desprecian, no quieren ser perdonados, ellos quieren que los dejen salir de la cárcel. El perdón se obtiene más fácilmente si antes hay justicia. Ellos no quieren reconciliación, ellos son cobardes que no quieren asumir responsabilidad alguna por sus actos. Solo quieren impunidad. Pero hoy ya no son solo las víctimas, ni sus cercanos. Somos muchos quienes, sin haber vivido los horrores de la dictadura, pero comprendiendo lo que significó, nos oponemos con firmeza a la impunidad. Y si alguien en su fuero interno perdona o no perdona lo que le hicieron vivir, el infierno que le hicieron vivir, es un asunto íntimo y personal, que no tiene que ver con la justicia como valor social. No queremos que un pedófilo quede impune, así como no queremos que estos criminales queden impunes, porque esa impunidad daña a todo Chile. Me daña a mí, a mi hijo, a mi compañero, a mis amigas y amigos, a todos quienes podríamos llegar a ser víctimas del Estado y sus agentes. Es un imperativo moral que seamos tajantes en condenar estos crímenes y en exigir que se haga justicia hasta el final.
Ya basta de lágrimas de cocodrilo y de gente, tal vez bien intencionados, que les prestan pañuelo. Consuélenlos si les parece correcto, pero no se
interpongan en el camino de la justicia. Chile es un país con una herida abierta y esa herida no sanará echándole tierra. La única manera de que la herida empiece a cicatrizar es que se sepa la verdad, completa, que se haga justicia, que quienes cometieron estos crímenes atroces cumplan sus condenas y que las víctimas sientan que al menos su sufrimiento puede servir para que no vuelva a ocurrir esto en Chile. Que sus hijos, nietos, sobrinos no vivirán el infierno que ellos vivieron… Eso es lo que
inspira nuestra, y digo nuestra, como chilena, nuestra exigencia de justicia